Cempasúchil

para saxofón y piano

(2023)

Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo existieron un par de niños que se conocieron desde su nacimiento, la niña se llamaba Xóchitl y el niño Huitzilin. Tras compartir su infancia y crecer tan unidos, su amistad se convirtió en un dulce y tierno amor juvenil.
Era tanto el cariño que se tenían que un día decidieron subir a lo alto de una colina para pedirle a Tonatiuh, el dios del sol, que les diera su bendición y cuidado para poder seguir amándose. Al verlos tan enamorados, Tonatiuh bendijo su amor y aprobó su unión.
Desafortunadamente la tragedia no se hizo esperar y llegó a ellos cuando Huitzilin fue llamado a participar en una batalla para defender a su pueblo, y después de algún tiempo, Xóchitl se enteró que su amado había fallecido. Su dolor fue tan grande que rogó con todas sus fuerzas a Tonatiuh que le permitiera unirse a él en la eternidad. Este, al verla tan afligida, decidió convertirla en una hermosa flor, así que lanzó un rayo dorado sobre ella, y en efecto, creció de la tierra un bello y tierno botón que permaneció cerrado durante mucho tiempo.
Un buen día un colibrí atraído por el aroma inconfundible de esta flor llegó hasta ella y se posó sobre sus hojas. Inmediatamente, la flor se abrió y mostró su hermoso color amarillo, radiante como el sol mismo. Era la flor de cempasúchil, la flor de veinte pétalos, que había reconocido a su amado Huitzilin, el cual había tomado forma de colibrí para poder visitarla.
Así, la leyenda dice que mientras exista la flor de cempasúchil y haya colibríes en los campos, el amor de Huitzilin y Xóchitl perdurará por siempre.

De esta leyenda, viene la creencia de que el aroma de la flor de cempasúchil funciona como un guía para las almas de los difuntos hacia la ofrenda que les espera en el mundo de los vivos.

Una semana después de la comisión, tuve la triste necesidad de ir al velorio de una persona de la tercera edad, la madre de mi tío, esposo de mi tía, hermana de mi padre. Me recordó mucho a cuando falleció mi abuela, y lo tanto que me dolió la idea de no volverla a ver. Javier, el vuido de Lupita, quien acababa de fallecer, estuvo todo el velorio sentado frente al ataúd, durante la tarde y la noche, llorando, recordando y saludando a personas que le daban su más sentido pésame. Se veía devastado, su dolor era evidente. En un momento, Manolo, sobrino de Lupita y guitarrista profesional, decidió dedicarle a su difunta tía algunas canciones. Al inicio fue reconfortante para todos los que estábamos ahí escucharlo cambiar el ambiente sombrío por algo más cálido, y conforme más su música inundaba la sala, se notaba en la mirada de todos la tranquilidad y la nostalgia de aquellas canciones que tanto le gustaban a Lupita. Era muy fuerte ver en el rostro de Javier el amor con el que veía a su difunta esposa cantándole, pero al mismo tiempo la tristeza que sentía de no volver a verla. Una dicotomía que, aunque parezca contradictoria, tiene todo el sentido del mundo.
Llegó la hora en la que Javier debía ir a casa a descansar un rato, después de todo estaba viviendo uno de los momentos más fuertes de su vida y era importante que durmiera. Antes de despedirse, y rompiendo el silencio que quedó después de la música de Manolo, se paró frente al ataúd y le dijo a su mujer despidiéndose “gracias por compartir tu aventura conmigo, pronto te voy a alcanzar”. Se dio la vuelta, y con unos ojos llenos de profunda tristeza, se despidió de los presentes y salió.

Esta obra está conformada por la dicotomía que existe entre el dolor y el amor. El contraste que parecieran tener, pero también lo relativos que son. Frases como “el amor duele” son frases contradictorias y que hoy, en ciertos contextos, se ven mal. Pero a veces, amar también es respetar tanto al otro, que lo dejamos ir.

El dolor de Xóchitl al perder a Huitzilin y el dolor de Javier por su esposa difunta, no son más que manifestaciones de lo tanto que amamos a aquellos que hoy no están con nosotros.

Deja un comentario